Su acuerdo con SpaceX podría alterar de forma fundamental la relación entre un Estado y sus ciudadanos.
Hace un siglo y medio, los maharajás y rajás de la India discutían con el virrey británico sobre la magnitud de los salvas con que debían ser recibidos, mientras los ingenieros británicos conectaban sus mundos con cables telegráficos y convertían sus reinos en pequeños estados.
Este mes, el rey británico y el presidente estadounidense, ataviados con medallas y corbata blanca, respectivamente, se reunieron en el castillo de Windsor, mientras que el multimillonario Elon Musk cerraba discretamente el acuerdo de infraestructura más importante de la década: la adquisición por parte de SpaceX, por 17 000 millones de dólares, de los derechos de espectro de la empresa de telecomunicaciones EchoStar.
No se trataba de una simple transacción corporativa, sino de una toma de poder que podía alterar fundamentalmente la relación entre un Estado y sus ciudadanos. A menos que los gobiernos reconozcan las implicaciones y evolucionen en consecuencia, corren el riesgo de convertirse en potencias Potemkin.
El espectro que Musk compró permite algo sin precedentes: conectividad directa entre satélites y teléfonos inteligentes sin ninguna infraestructura terrestre. Aún no hemos llegado a ese punto, pero la dirección es clara: por primera vez, una empresa privada podrá proporcionar servicios de comunicaciones globales que eluden las redes nacionales, la supervisión gubernamental y las fronteras geográficas.
Las versiones anteriores de los teléfonos satelitales necesitaban línea de visión con el satélite. Requerían terminales voluminosos o dispositivos modificados. El espectro de EchoStar, por el contrario, opera en frecuencias que pueden penetrar en los edificios y funcionar con antenas de teléfonos inteligentes estándar. Permite la comunicación directa con los miles de millones de teléfonos que ya llevan las personas en el bolsillo.
Y lo que es más importante, SpaceX controla ahora suficiente espectro para ofrecer servicios móviles de calidad comercial a nivel mundial, y la empresa se está posicionando para sustituir a todos los demás operadores móviles con un servicio que opera totalmente fuera de la jurisdicción nacional.
El momento no es casual. Teléfonos como el iPhone 14 de Apple introdujeron la mensajería básica por satélite, pero el consumo de energía la limitaba a situaciones de emergencia. La mejora de la eficiencia de la batería del iPhone 17 probablemente superará el umbral necesario para la conectividad satelital rutinaria. Cuando tu teléfono pueda cambiar sin problemas entre torres de telefonía móvil y satélites, no pasará mucho tiempo antes de que las estaciones base se vuelvan redundantes, lo que hará que las licencias locales sean irrelevantes. Para los gobiernos, el cambio será profundo: si pierden el control de la infraestructura de comunicaciones, perderán una herramienta fundamental de gobernanza.
Desde la imprenta y el telégrafo, los gobiernos han controlado las comunicaciones dentro de sus territorios, concediendo licencias a los operadores, supervisando las redes y regulando los contenidos a través de los sistemas físicos que transportan la información.
Este control ha permitido todo, desde la censura en tiempos de guerra hasta la moderación moderna de contenidos, desde las emisiones de emergencia hasta los programas de vigilancia.
SpaceX está rompiendo este modelo. Cuando los ciudadanos pueden comunicarse a través de redes que operan desde el espacio internacional, las herramientas reguladoras tradicionales se vuelven obsoletas. La Ley de Seguridad en Línea del Reino Unido, por ejemplo, exige a las plataformas que eliminen los contenidos nocivos y cooperen con los reguladores. Pero, ¿cómo se puede hacer cumplir la normativa cuando las plataformas pueden desviar el tráfico a través de redes orbitales que eluden por completo la infraestructura británica?
No se trata solo de las comunicaciones. Empresas como Stripe y Coinbase ya han permitido a millones de personas eludir los sistemas bancarios nacionales mediante pagos con monedas estables y criptomonedas. Las personas pueden poseer activos digitales denominados en dólares y realizar transferencias internacionales sin pasar por su banco central o las instituciones financieras locales, lo que cambia la naturaleza de las estructuras corporativas, el empleo y la fiscalidad.
Combine las comunicaciones sin restricciones con los pagos sin fronteras y obtendrá una infraestructura que permite lo que los economistas denominan «arbitraje regulatorio acelerado»: la capacidad de buscar el entorno legal más favorable independientemente de su ubicación física. ¿Por qué aceptar las restricciones de expresión impuestas por su gobierno cuando los satélites le ofrecen la posibilidad de excluirse? ¿Por qué utilizar su moneda nacional cuando puede realizar transacciones con activos digitales globales?
Los monopolios tradicionales del Estado sobre el control de la información y la política monetaria se erosionan simultáneamente.
Gran Bretaña entiende esta dinámica mejor que la mayoría. En el siglo XIX, su control de los cables telegráficos tendidos a lo largo de los fondos oceánicos, con estaciones en islas estratégicas, todas ellas con terminal en Londres, se tradujo directamente en un dominio global.
Las redes británicas proporcionaban a Londres información anticipada sobre los movimientos del mercado, los acontecimientos políticos y las actividades militares en todo el mundo. Los operadores británicos podían retrasar, priorizar o incluso modificar los mensajes que pasaban por sus sistemas. El control británico de los cables significaba el control de los flujos de información globales, lo que significaba el control de los mercados, la política y, en última instancia, los imperios.
La red de satélites Starlink de Musk en Ucrania ofrece un anticipo de esta nueva dinámica. A los pocos días de la invasión a gran escala de Rusia en febrero de 2022, SpaceX activó Internet por satélite en toda Ucrania, proporcionando capacidades de comunicación que resultaron cruciales para la coordinación militar. Las fuerzas ucranianas utilizaron Starlink para guiar los ataques con drones, coordinar la artillería y mantener las estructuras de mando, incluso cuando las redes terrestres fueron destruidas.
No se trata de ayuda militar tradicional, sino de infraestructura privada que responde a cálculos corporativos, creando capacidades militares que ningún gobierno ha autorizado ni controla por completo. En futuros conflictos, la eficacia militar podría depender menos de los presupuestos que de la buena voluntad de los operadores. La soberanía pasa a depender de los intereses corporativos.
El momento elegido por Musk aprovecha las debilidades de sus competidores. La empresa de telecomunicaciones Globalstar, socio satelital de Apple, acaba de iniciar su propia expansión. AST SpaceMobile, asociada con AT&T y Verizon, está luchando contra los retrasos, incluido el incumplimiento del plazo para el lanzamiento de su primer satélite a finales de agosto. AST está utilizando la empresa espacial del fundador de Amazon, Jeff Bezos, Blue Origin. (Bezos es propietario de The Post). El proyecto Kuiper de Amazon sigue años de retraso, y EchoStar, anteriormente uno de sus principales competidores, ha cedido efectivamente al vender a SpaceX.
Esta compra de 17 000 millones de dólares no tiene como objetivo competir en un mercado, sino dar forma al propio mercado. Con derechos exclusivos sobre el espectro para la conectividad directa a teléfonos, SpaceX puede dictar las condiciones a los fabricantes de dispositivos, las empresas de telecomunicaciones y, en última instancia, a los gobiernos.
Consideremos la influencia. ¿Necesita conectividad satelital para los servicios de emergencia? SpaceX establece las condiciones. ¿Quiere garantizar que sus fuerzas armadas tengan comunicaciones seguras? Más vale mantener buenas relaciones con Musk. ¿Desea regular el contenido de las plataformas? No si las plataformas pasan por Starlink.
En respuesta, los Estados no están totalmente indefensos, pero, hasta que sus rivales estén operativos, sus opciones son limitadas y costosas.
Podrían prohibir los dispositivos habilitados para satélites, pero esto paralizaría sus economías y probablemente resultaría inaplicable, ya que los dispositivos son cada vez más pequeños y están más integrados.
Podrían construir infraestructuras competidoras, como la constelación de satélites IRIS² de la Unión Europea. Pero esta ya lleva años de retraso y carece de viabilidad comercial sin subvenciones masivas.
Podrían negociar acuerdos de acceso aceptando un estatus subordinado, gobernando con el permiso de los propietarios de infraestructuras privadas, y aceptar la pérdida de soberanía que ello implica. O podrían desarrollar nuevos marcos normativos para competir con otras jurisdicciones y atraer inversiones e innovación, aunque los satélites estén fuera del alcance de la aplicación territorial.
Cada una de estas opciones supone elegir entre la soberanía y la prosperidad.
Esto no acabará con los gobiernos, pero cambiará la jerarquía del poder. Las naciones sin satélites se convertirán en lo que los politólogos denominan «Estados huecos», que mantienen la autoridad formal sobre el territorio y la población, pero carecen de control sobre la infraestructura de la que depende dicha población.
Los propietarios de las infraestructuras —SpaceX, Amazon, Meta, Google— acumularán lo que equivale a un poder soberano sin responsabilidad soberana, tomando decisiones que afectan a millones de vidas. Ya existen cambios en los algoritmos que influyen en las elecciones, políticas de red que permiten o restringen la libertad de expresión y normas de las plataformas que determinan las oportunidades económicas.
Estas decisiones son cada vez más importantes que las políticas gubernamentales tradicionales. Si SpaceX decide restringir el acceso a determinadas regiones, eso influirá en la geopolítica de forma más directa que las negociaciones diplomáticas. Si los procesadores de pagos cambian sus políticas, eso afectará al comercio de forma más inmediata que las decisiones de los bancos centrales.
La cuestión no es si esta transformación puede detenerse, sino si los gobiernos pueden evolucionar para mantener un control significativo sobre las fuerzas que están remodelando la vida colectiva.
Los príncipes de hoy en día, en los parlamentos y las presidencias, siguen discutiendo sobre el estatus, mientras que SpaceX deja claro que el debate ya no se centra en el control de los datos, sino en la propia infraestructura.
El poder se ha desplazado a los cielos y, a menos que comprendan el cambio, los gobiernos se quedarán en tierra, ya que cada nuevo lanzamiento y cada nueva línea de código les dificultará alcanzar las estrellas.
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Tom Tugendhat es miembro conservador del Parlamento británico y miembro distinguido del Instituto Hudson.
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