Estamos inmersos en una gigantesca ola de destrucción creativa. El mundo que conocimos, en el que nacimos y crecimos, se está deconstruyendo para dar paso a una nueva realidad desconocida, en medio de profundísimas transformaciones tecnológicas, climáticas, demográficas y geopolíticas que van a tener un indudable impacto en nuestras vidas.
¿Cómo puede ser que el sistema occidental, basado en la racionalidad científica, la innovación tecnológica, la libertad económica y la democracia política (con seguridad, el mejor de los posibles) esté fallando estrepitosamente? ¿Por qué ese modelo construido sobre los principios de la Ilustración genera tanta desigualdad, conflicto y frustración, en lugar de productividad y prosperidad extendidas? Hay que revisar urgentemente nuestros sistemas de creación y distribución de valor. Hoy, todo está en cuestión.
The Economist se preguntaba hace pocos días en el artículo “Las universidades no logran impulsar el crecimiento económico” por qué en un momento de eclosión de la investigación científica y la educación superior, la productividad de la economía es tan débil. ¿Nos hemos equivocado en una división implícita del trabajo, según la cual las universidades deben investigar y las empresas explotar después –si pueden y saben– esas investigaciones?para hacernos permanentemente dependientes de ellos”.
Draghi explica cómo China se propone, sin ambigüedad, controlar todas las cadenas de suministro estratégicas, asegurando su acceso a recursos críticos, y cómo EE.UU. aplica política industrial a gran escala para reindustrializar el país, rompiendo sus viejas complicidades con Europa y desafiando las reglas del comercio internacional. En otras zonas del mundo, la industria no solo soporta costes energéticos menores, sino que sufre un entorno regulatorio más laxo que el europeo, y recibe ayudas masivas.
Estamos solos. Competimos con las manos atadas a la espalda, y las mantiene atadas nuestra ingenuidad.
Draghi añade que tres amenazas ponen en peligro la continuidad del proyecto europeo: la falta de escala debida a la fragmentación y descoordinación interna, la debilidad en la creación de bienes públicos comunes (infraestructuras energéticas, de seguridad, o redes científicas), y el acceso limitado a recursos críticos (como minerales o materias primas). Se lamenta de la inexistencia de una estrategia contundente, consistente y cohesionada para hacer frente a esos desafíos. Los estilos de liderazgo y los procesos de toma de decisión europea están “diseñados para el mundo del ayer, precovid, pre-Ucrania y preconflicto en Oriente Medio”. Europa necesita una transformación radical, concluye Draghi, un “nuevo partenariado o redefinición de la Unión no menos ambicioso que lo que hicieron los padres fundadores hace 70 años con la creación de la Comunidad del Carbón y del Acero”. Un reto tan complejo y urgente como motivador.
Todo ello significa cambiar la secular mentalidad de austeridad y prudencia, y desarrollar un nuevo liderazgo expansivo y desacomplejado orientado a reforzar la I+D propia y a consolidar industrias e inversiones estratégicas como garantía de nuestra prosperidad.
Quizás necesitamos un superaestado europeo, un gran Estado emprendedor que permita al Viejo Continente competir a la misma escala que EE.UU. o China, genere una gran plataforma competitiva con mercados integrados y homogéneos y provea a los europeos de los bienes públicos necesarios (desde redes científicas a infraestructuras digitales, físicas y energéticas) que aseguren la continuidad del gran proyecto europeo y el bienestar de sus ciudadanos.
Europa está despertando. Pero hay que correr.
Manos atadas Según Draghi, la estrategia competitiva europea está desfasada y lleva a la destrucción de nuestro modelo social
Con mercados integrados Quizá necesitamos un supraestado europeo, un gran Estado emprendedor que permita al Viejo Continente competir a la misma escala que EE.UU. o China
X Ferras
Necesitamos un cambio radical, por Xavier Ferràs (lavanguardia.com)
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